domingo, 15 de julio de 2012

La causa más profunda de la delincuencia



La «conflictiva edípica» es la causa de los delitos contra la propiedad privada y demás fenómenos delictivos.

En psicoanálisis denominamos “conflictiva edípica” al conjunto de problemas que padecemos los humanos porque desearíamos tener a nuestra mamá para nosotros solos, pero no nos dejan porque nuestro padre la quiere para él y es más grande y nuestros hermanos también la quieren en exclusividad, resultando que todos estaríamos peleados con todos si no fuera porque tenemos terminantemente prohibido tener este anhelo.

En otras palabras, no solamente estamos condenados a quedarnos frustrados sino que nos educan para que erradiquemos esas ideas de nuestra mente, o sea, tenemos prohibido pensar en «eso» y tenemos prohibido «desear» a mamá en exclusividad.

De esta breve descripción del fenómeno psicológico puede deducirse fácilmente por qué se denomina CONFLICTIVA (edípica).

Como puede verse además, entramos a la vida teniendo problemas con la ley.

Nacemos ingenuamente deseantes pero las prohibiciones culturales convierten a nuestras más tiernas pretensiones (ser dueños exclusivos de mamá) en ilegales, lográndose de esa manera que todos seamos delincuentes excepto que logremos frenar nuestra pasión amatoria hacia mamá y renunciar a poseerla monopólicamente.

Algo parecido le ocurriría a un ciudadano de un país demócrata que se trasladara a un país gobernado por una dictadura. Si no toma conciencia de que la libertad que tenía ya no la tiene, terminará siendo reprimido por el régimen liberticida.

El niño dentro del útero tiene la libertad de desear y logra lo que prefiere (el útero es un país democrático, con autorización para desear y poseer libremente a su madre), pero cuando «emigra» (es parido) a nuestra cultura, cae inevitablemente en una tiranía donde impera la ley del más fuerte: el padre, enorme, poderoso, se queda con la persona que el pequeño y débil niño quiere solo para él.

Otras menciones del concepto «conflictiva edípica»:

 
 

9 comentarios:

Alicia dijo...

Aún a riesgo de que estemos cayendo en psicologismos, creo que llegó a la causa profunda de los delitos.
Ahora resta escuchar todo lo que puedan decirnos desde otros saberes.
Para seguir pensando.

Luis dijo...

Esto me da pie para pensar que la causa última de la pobreza patológica, puede estar en el Edipo mal resuelto.
No logro el bienestar que deseo porque es un bienestar imposible: casarme con mamá. No logro volver a vivir en la relación sexual, la ilusión de que nuevamente somos uno, como cuando estaba en su vientre. Entonces en lugar de contentarme con mi mujer, mi novia, mi amante, mi prima. NO. Sigo insistiendo y frustrándome. Sigo en la pobreza cuando tengo todas las posibilidades como para salir de ella.

Norton dijo...

A partir de la prohibición del incesto, podemos aprender y aceptar las demás prohibiciones.

Roberto dijo...

Me quedé pensando en la última frase de Luis: ¨tengo todas las posibilidades para salir de ella¨.
Nacer es salir de ella. Es salir de mamá. Salir de la temperatura perfecta y tomar contacto con un mundo frío.

Olegario dijo...

Los humanos somos mamíferos de sangre caliente. Por eso lo que dice Roberto tiene mucha importancia. Separarse de mamá es displacentero. Al frío se le suma la primer bocanada de aire que nos hace llorar. Luego la dolorosa sensación de hambre. Después los dolores de barriga.
Es bien lógico que sea difícil resolver el Edipo y que el incesto sea un innombrable. Es imposible volver atrás. Eso es lo que nos dice la prohibición del incesto.

Mariana dijo...

Una forma de conformarse es pensar: si mamá no es solo para mí, al menos puedo pretender ser el primero, el más querido. Entonces comienzan las luchas fratricidas.
Fuera de la familia, en el ámbito de la pareja, empieza la misma lucha: los celos nos consumen. No soportamos compartir a nuestro ser amado, ni ser la segunda o el segundo de nadie.
Preferimos vivir pobres (quedarnos sin el pan y sin la torta) antes que aceptar una realidad tan dura.

Sofía dijo...

Los hijos pretendemos que mamá nos ponga en primer lugar. En primer lugar, antes que a su marido (quien puede ser además nuestro padre).
Las madres solemos tranquilizar a nuestros hijos y quedar bien con la sociedad, cuando decimos: mis hijos son lo primero, después todo lo demás.
Madres e hijos creemos en eso que decimos, aunque la realidad es mucho más compleja y carece de podios.

Gabriela dijo...

Desde pequeñitos aprendimos, por experiencia propia, que no podíamos poseer a mamá en exclusividad.
Además, durante decenas o cientos de milenios, observamos (lo vimos con nuestros propios ojos) que éramos muy chiquitos como para satisfacer el agujerito de mamá (vagina), o nuestra vagina era demasiado chiquita como para que papá introdujera su pene sin lastimarnos.
Hipotéticamente podemos pensar que nos quedamos con esa idea de la imposibilidad, y mientras nuestro deseo sexual siguió desarrollándose. Es probable que alrededor de los nueve años, buscáramos a alguien de nuestro tamaño para satisfacer nuestros deseos sexuales. Ya habíamos visto con nuestros ojos, que los machos de otras especies peleaban, y el que se quedaba con las hembras era el más grande y fuerte. Entonces nos decidimos: buscamos a otro niño o a otra niña. Es probable que luego nos alejáramos de mamá, que estaba muy ocupada con sus otras crías. Y así seguimos relacionándonos sexualmente con las hembras disponibles.

Elena dijo...

Retomo el pensamiento de Luis. Pensemos en el Edipo y en el Tabú del Incesto. El niño y la niña vivieron la plenitud en el útero materno. Luego nacen, salen al mundo, un mundo lleno de necesidades. La primer necesidad es satisfacer el hambre. Esta necesidad la satisface mamá. Luego se va produciendo una paulatina separación de la madre: comenzamos a alimentarnos por nuestros propios medios (me refiero a llevarnos la comida a la boca), aprendemos a trasladarnos (caminar), aprendemos a pedir vinculándonos con el otro a través del lenguaje. Pero siempre queda la añoranza de aquella etapa donde todo era tan fácil, aquella etapa donde la naturaleza se ocupa de nosotros como ¨Dios se ocupa de los lirios del campo¨. Querríamos volver a ese estado, a esa especie de nirvana. La realidad nos muestra que es imposible, y cuando pensamos que es posible, nos enteramos de que existe una prohibición tajante: la prohibición del incesto. Como toda prohibición que no comprendemos, nos genera bronca, dolor, rebeldía. Por eso la prohibición cobra relieve. Nos detenemos en ella, tiñe nuestra vida. Comenzamos a desafiarla. Una forma puede ser delinquir. Tomamos por la fuerza, más allá de la prohibición, lo que es de otro (de papá, representante de la ley). Otra forma de desafiar la prohibición del incesto puede ser la agresión pasiva. Sabemos que delinquir nos puede salir muy caro, entonces preferimos desafiar la ley de manera indirecta. Nos hacemos daño. Nos robamos la posibilidad de contar con aquellos bienes que necesitamos, total, lo que más queríamos nos ha sido negado!!! Entonces nos quedamos estancados repitiendo interminablemente esa situación. Quedamos anclados en la POBREZA PATOLÓGICA, es decir, la pobreza que NO se vive con alegría, sino aquella que implica dolor, desesperanza, frustración, queja.