Este es un ejemplo más de la peligrosidad de nuestra sombra, y de la asociación conflictiva entre esta y la cola. Antiguamente nuestra sombra tenía vida propia. Era ella la que decidía cuántos hijos tener, con quién nos habríamos de casar, cuál sería nuestra ocupación. Hoy nada se sabe de todo esto, pero era así. Allá por el siglo XV, cuando el arte de la navegación llegó a su apogeo, un hombre de origen irlandés llamado Aidán, descubrió que tras una semana de navegar por el río Foylé, su sombra se sublevaba y vagaba entre los arbustos comiendo frutos silvestres. Aidán comprendió que debía negociar con su sombra porque si ella se le iba, remaba con mucho más esfuerzo. Fue así que ambos -Aidán y su sombra- celebraron un extraño pacto: el primero permitiría que la sombra fuese por frutos internándose cuantas veces quisiera por el bosque, a cambio le entregaba a Aidán, una cola acuática que funcionaría como un tercer remo, permitiéndole de este modo alcanzar una velocidad inusitada, con el mínimo esfuerzo. Todo esto viene a cuento para informar acerca de la terrible asociación entre la cola y nuestra sombra, porque cuando la cola acuática se cansaba, iba a buscar a la sombra de Aidán y la mordía ferozmente. La sombra, castigada en reiteración real, fue perdiendo poder, se volvió cada vez más oscura y oblícua. Llegado ese punto, ya no pudo decidir más acerca de los actos relevantes de nuestra vida, hasta que por su propia irrelevancia, sumergiose en un estado de depresión tal, que la hizo desaparecer.
10 comentarios:
Y cuando le mordió la cola quedó convertido en escorpión.
Este es un ejemplo más de la peligrosidad de nuestra sombra, y de la asociación conflictiva entre esta y la cola.
Antiguamente nuestra sombra tenía vida propia. Era ella la que decidía cuántos hijos tener, con quién nos habríamos de casar, cuál sería nuestra ocupación. Hoy nada se sabe de todo esto, pero era así.
Allá por el siglo XV, cuando el arte de la navegación llegó a su apogeo, un hombre de origen irlandés llamado Aidán, descubrió que tras una semana de navegar por el río Foylé, su sombra se sublevaba y vagaba entre los arbustos comiendo frutos silvestres. Aidán comprendió que debía negociar con su sombra porque si ella se le iba, remaba con mucho más esfuerzo. Fue así que ambos -Aidán y su sombra- celebraron un extraño pacto: el primero permitiría que la sombra fuese por frutos internándose cuantas veces quisiera por el bosque, a cambio le entregaba a Aidán, una cola acuática que funcionaría como un tercer remo, permitiéndole de este modo alcanzar una velocidad inusitada, con el mínimo esfuerzo. Todo esto viene a cuento para informar acerca de la terrible asociación entre la cola y nuestra sombra, porque cuando la cola acuática se cansaba, iba a buscar a la sombra de Aidán y la mordía ferozmente. La sombra, castigada en reiteración real, fue perdiendo poder, se volvió cada vez más oscura y oblícua. Llegado ese punto, ya no pudo decidir más acerca de los actos relevantes de nuestra vida, hasta que por su propia irrelevancia, sumergiose en un estado de depresión tal, que la hizo desaparecer.
La sombra tiene los dientes más feroces; más aún porque no se ven.
La sombra tiene un espíritu infantil. Se parece a un niño de dos años que juega incansablemente hasta que de pronto se cansa y muerde.
Una cola mordida se asusta a la vez que se pone alegre.
Las sombras tienen vocación de asustar, sobre todo por la noche, cuando perdemos la fe porque la oscuridad se adueña de todo.
Los gatos asustados ponen la misma cara que nosotros en idénticas circunstancias.
La inocencia de los gatos
es un error de percepción.
Ellos son sagrados y brujos
por sangre y tradición.
Y la cola enfurecida
se llevó
el ovillo de lana
del gato juguetón.
A las cometas les muerde la cola el viento.
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