viernes, 22 de febrero de 2008

Significante Nº 14

— Vecino, ¿puede prestarme a su señora?
— ¡Usted se ha vuelto loco!
— Entonces devuélvame la mía.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Uy, uy, uy, qué ganas le tengo al marido de mi vecina!!!! Y ni me mira el desgraciado eso me recalienta más todavía.

Anónimo dijo...

NO ENTIENDO A LOS Y LAS QUE SE CALIENTAN CUANDO NO LES DAN BOLA; aunque pensándolo bien a veces me pasa...

Anónimo dijo...

hace tiempo, se supone, que las señoras, por estos lugares, ya no somos "señoras de" (pero tendría su encanto)

Anónimo dijo...

¿por qué mejor no cambian los facones o los caballos?

Anónimo dijo...

Conocí un hecho triste en el vecindario. Resulta que Daniel, vecino tranquilo, muy de su casa, de pronto empezó a enloquecerse con Esther, la vecina de enfrente. A su vez Romina, la esposa de Daniel, empezó a meterse con Claudio el marido de Esther. Estos hechos son muy habituales y en general de alguna manera terminan resolviéndose. Acá el problema fue que al intríngulis romántico, se le sumo un problema de plata. En realidad no se le sumó, sino que el tema de plata estaba planteado de antes, porque Daniel le había prestado dinero a Claudio (bajo palabra)antes del todo este lío. Pasaron un par de meses y desapareció el súbito interés de Daniel en Esther, así como el de Romina en Claudio. El problema fue que este último no pudo devolver el dinero en el tiempo que estaba acordado a Daniel. Las mujeres pasaron a ser objeto de chantaje. La situación era bien triste, porque una vez desaparecida la pasión y sin nada en común en estas dos nuevas parejas, el deterioro del vínculo impuesto de una manera tan injusta, llegó a hacerse visible para las manzanas que circundaban ambas casas. Era frecuente pasar por la vereda y sentir ruido a vajilla rota, libros que volaban por la ventana, alguna mascota envenenada, bombas de alquitrán que cruzaban la calle como bólidos, en fin.
Claudio todavía no le pagó a Daniel así que no sé cómo terminará la historia. Los vecinos no nos animamos a denunciar por temor a las represarias.

Anónimo dijo...

Eso se llama doble moral.