Me parece que la mayoría desea ser escuchado más que escuchar. El placer de escuchar tiene que ver con el placer de descubrir al otro, entrar en su mundo, disfrutar sus gestos, intuirlo. El placer de hacerse escuchar está más vinculado al verse imaginándose. Los grandes conferencistas son los que se disfrutan hablando mientras otros ven y escuchan. Están más interesados en ser ellos mismos a través de si mismos, mientras los otros, los escuchadores, se interesan en si mismos a través de los otros, usándolos como espejo. Tanto los habladores como los escuchadores necesitan un espejo. Los primeros lo ubican frente suyo, es como si el oyente sostuviera el espejo donde se ven reflejados. Los segundos usan como espejo al otro.
Con los amigos en general no hay que insistir. Es mejor dejar que ellos hagan lo que quieran. Si insisten en darnos la boca, tomemos todo lo que esa boca pueda dar -siempre y cuando lo que salga de esa boca nos guste-.
12 comentarios:
Yo les doy la oreja y la boca.
Me parece que la mayoría desea ser escuchado más que escuchar. El placer de escuchar tiene que ver con el placer de descubrir al otro, entrar en su mundo, disfrutar sus gestos, intuirlo. El placer de hacerse escuchar está más vinculado al verse imaginándose. Los grandes conferencistas son los que se disfrutan hablando mientras otros ven y escuchan. Están más interesados en ser ellos mismos a través de si mismos, mientras los otros, los escuchadores, se interesan en si mismos a través de los otros, usándolos como espejo.
Tanto los habladores como los escuchadores necesitan un espejo. Los primeros lo ubican frente suyo, es como si el oyente sostuviera el espejo donde se ven reflejados. Los segundos usan como espejo al otro.
El que escucha usa al otro como espejo y a la vez permite que el otro se vea en él. Hay reciprocidad.
Sólo permitimos que nos den la boca aquellos que nosotros suponemos y queremos creer que tienen mucho que decir.
Con el vecino hablamos a los gritos. Le irritamos la oreja. Con el extranjero, o nos tapamos las orejas o le abrimos todos los agujeros.
Y sí... para ser profeta hay que dirigirse a las orejas que están lejos.
Tenemos pocos amigos porque muchas veces más de lo deseable, los otros nos importan un carajo.
Si lo que estamos dispuestos a dar es la boca, primero callémosla y luego convirtámosla en beso.
A los amigos hay que darles todo lo que uno tiene; menos lo que ellos pueden conseguir por si mismos.
¿Y cómo sabemos nosotros qué es lo que ellos pueden o no conseguir?
De acuerdo con Eugenia, además si no nos lanzamos a intentar lo que no podemos (siempre que esté dentro de la esfera de lo posible), no crecemos.
Con los amigos en general no hay que insistir. Es mejor dejar que ellos hagan lo que quieran. Si insisten en darnos la boca, tomemos todo lo que esa boca pueda dar -siempre y cuando lo que salga de esa boca nos guste-.
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