Después de la adolescencia ya no corresponde que otros nos califiquen pues somos cada uno de nosotros quienes sabremos juzgarnos.
A una mayoría no nos gusta saber que somos
usados, que nos utilizan. Ante estas sensaciones reaccionamos airadamente, con
el orgullo herido, exigimos que se nos respete, sentimos indignación.
Aunque en menor grado, preferimos que otros
señalen nuestra capacidad, idoneidad, destreza, habilidad, pero no es tan grato
saber que somos útiles o que servimos.
En suma: nos ofende que otros nos usen y toleramos que los demás reconozcan
que servimos para una u otra tarea, pero preferimos que se reconozca nuestra
valía, inteligencia, capacidad.
De estos matices semánticos, me inclino a suponer
que nuestra satisfacción depende de cuán alejados nos sintamos de los objetos
inertes (cosas, útiles, herramientas, objetos), podríamos compartir cualidades
con algunos animales (fiereza, resistencia, mansedumbre), pero definitivamente
nos quedamos con aquellos adjetivos que dejan bien en claro que pertenecemos a
la especie humana, entendiendo por tal la especie más valiosa de la
naturaleza... según nuestra propia opinión, claro!
La suspicacia, (desconfianza en si el otro nos
valora con justicia), se manifiesta por una actitud reivindicativa, reclamante,
que exige respeto, consideración, especial atención.
Alguien suspicaz es particularmente sensible a
cómo los demás se dirigen a su persona, tienen especial sensibilidad para
detectar cualquier adjetivo que lo descalifique, lo desvalorice, ponga en duda
su condición de «ser
humano».
Durante
nuestra infancia y durante nuestra vida estudiantil, son nuestros mayores
(padres, docentes) quienes nos van guiando si damos cuenta o no de las
expectativas que ellos tienen hacia nosotros. Sus juicios de valor son una
guía.
Cuando
termina esta primera etapa de socialización (en la adolescencia), ya no
corresponde que otros nos califiquen pues somos cada uno de nosotros quienes
sabremos juzgarnos, en el acierto o en el error.
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7 comentarios:
Qué tema interesante! Nos toca bien de cerca a todos. Es cierto que muchas personas son independientes de la opinión ajena. La toman en cuenta para pensar, pero a la hora de decidir aceptan la responsabilidad que implica guiarse por el criterio propio. Pero muchos otros (y a quién no le ha pasado!) quedamos confundidos ante la diversidad de opiniones. Nos bloqueamos, nos cuesta pensar. Entonces tomamos decisiones apresuradas y luego nos queda la sensación de que no nos sentimos en paz, porque finalmente no sabemos quién decidió a través de nosotros.
Para socializarnos necesitamos una guía. Luego nosotros tenemos que asumir ese rol porque es lo que nos corresponde cuando ya estamos en edad de procrear.
Siempre tuve terror de equivocarme. Eso no impidió que cometiera grandes equivocaciones a lo largo de mi vida. Pero prefiero las equivocaciones que se originaron en mi valoración de las situaciones a las que dependieron de haber hecho propio un consejo.
El miedo a equivocarse no es algo que hable mal de uno. Si nos sucede es porque queremos hacer las cosas bien. Porque nos ha ido muy mal cuando nos equivocamos. Porque nos metieron en la cabeza desde chicos que debíamos ser perfectos.
Para alentarnos nos dicen que de las equivocaciones se aprende. Por más cierto que sea, ¿quién quiere equivocarse?. Lo que nos queda es tomar distancia y pensar que nuestro corto pasaje por la vida merece ser vivido intensamente. No tendríamos que convertir cada error en una tragedia. Lo que sí no tendríamos que hacer es vivir haciendo la plancha, vivir a medias, llevados por la corriente, sin disfrutar hasta reventar o sin sufrir hasta parir en nosotros mismos un cambio de piel, como las serpientes.
No nos gusta ser usados como cosas. Como Ud. dice, nos gusta dejar bien en claro que pertenecemos a la especie humana. Es preferible incluso que nos critiquen a que nos usen. Cuando nos usan nos sentimos unos idiotas.
A las mujeres nos pasa mucho eso de sentirnos usadas por ustedes los varones. Supongo que eso pasa porque hombres y mujeres tenemos expectativas diferentes dado que cumplimos roles diferentes. Los niños crecen en el vientre de la madre. El padre fecunda y puede llegar a no enterarse que dejó embarazada a una mujer. Las responsabilidades que le competen a uno y a otro son muy distintas. La alimentación del niño durante sus primeros meses de vida depende exclusivamente de la mujer. La madre necesita la ayuda material y afectiva del padre, y el padre necesita de acuerdo a la situación que esté viviendo, según su deseo de ser padre o no, si ama a esa mujer, si está maduro como para tomar la responsabilidad, si existen otros intereses que lo acaparan más intensamente. A la mujer no le queda otra. Tiene a su bebe en brazos y a no ser que lo abandone, deberá estar, le guste o no, pendiente de él durante los primeros años de vida.
Si vos servís para barrer y otros te lo reconocen... en definitiva no te sentirás demasiado reconocido. Preferirías que te dijeran que servís para barrer la delincuencia de nuestras calles. Pero no es así y vos lo sabés muy bien. Entonces te sentís menoscabado. Será cierto que no sos capaz de grandes proezas pero te da el paño para algo más que barrer la vereda. A no ser que hagas la de Cantinflas y uses el barrido para conocer el ir y venir de todo el barrio, convendría que ese trabajo fuera una experiencia laboral que luego te catapultara a otras donde puedas desplegar con mayor provecho tus capacidades.
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