¿Y si la pobreza patológica fuera una actuación inconsciente de la que el «actor» no puede salir?
Es probable que alguna vez haya oído de un personaje de teatro o de cine que es idéntico al actor Fulano de Tal.
También se dice «parece escrito para él», «cuando lo actúa en realidad se representa a sí mismo».
Las obras literarias que pueden ser representadas, describen personajes que forzosamente tienen que ser creíbles, naturales, armónicos. El lector o espectador tienen que acceder a su comprensión, a empatizar (no necesariamente simpatizar), a suponer algo así como «sí, estoy de acuerdo, puede existir alguien que sea como este personaje de ficción».
Con estos elementos, cuando un actor «compone» un personaje, igual a él mismo o distinto, tiene que comprenderlo, tratar de pensar como él, reaccionar íntegramente como él.
En otro artículo les decía que «somos lo que pensamos» (1) y por eso existe una técnica para representar personajes diferentes al propio actor que consiste en llevar el pensamiento al personaje diseñado por el escritor de la obra literaria. Por ejemplo, ¿cómo piensa un usurero? ¿Y una suegra caprichosa? ¿Y un dirigente gremial?
De más está decirles cómo los actores utilizan el psicoanálisis para lograr los mejores resultados, porque este arte científico permite describir los mapas psicológicos más profundos que todas las demás corrientes psicológicas.
Un actor es bueno, exitoso y amado cuando logra imitar un excelente galán, una mujer preocupada por su hijo enfermo, un jugador compulsivo.
Pues bien, es probable que naturalmente los pobres patológicos actúen de una misma manera y no pueden dejar de representar ese rol porque el resto de la sociedad, complacida por la excelente actuación, no hace más que apoyarlo, llorar cuando él llora, alegrarse con sus pequeñas alegrías, estimularlo para que no cambie.
Nota: La imagen corresponde al actor norteamericano Al Pacino (1940) convencido de que es el antipático usurero Shylock en la obra de Shakespeare El mercader de Venecia.
(1) Lotería con millones de bolillas y miles de premios
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8 comentarios:
Somos capaces de asumir los roles más inconvenientes, así que no me llamaría la atención que asumiéramos inconscientemente el rol de pobres patológicos (ser pobre a pesar de tener todos los elementos objetivamente necesarios como para dejar de serlo).
Es evidente que cuando uno cree algo, lo transmite con mucho más convicción que si no creyera. De todos modos, el autoconvencimiento no alcanza para convencer al otro, en todas las ocasiones, pero muchísimas veces sí, sobre todo cuando las convicciones del otro son débiles por carecer de suficiente sustento.
Una vez me tocó representar el papel de una líder estudiantil, y me sentí tan a gusto, que seguí representándolo en todas partes. Por ej., una Navidad dije: "no olvidemos, compañeros, que el pollo que compartimos hoy, es el fruto del trabajo consecuente de decenas de personas, que quizás no tuvieron las mismas oportunidades que nosotros".
En otra ocasión, mientras esperaba turno para el médico, me dirigí a la masa de asociados: "estamos aquí reunidos, brindando nuestra paciencia y aportando nuestra resistencia solidaria, para ser examinados en igualdad de condiciones, por un médico que decidirá nuestro futuro".
Cuando mi hijo terminó el Jardín de Infantes, le hablé a las madres: "termina una etapa, y así como al verano le sucede el invierno, del mismo modo nuestros hijos empezarán la escuela. Nos esperan dían difíciles; todas sabemos que podemos ser citadas por diferentes problemas, pero lo importante compañeras, lo importante es seguir andando el camino".
Así fue que el personaje se me metió en la piel. Cada día lo ejercitaba sin proponérmelo. Fue bonito porque descubrí mi lugar en el mundo. Siempre seguiré siendo la estudiante que pelea por avanzar con paso firme y decidido hacia la utopía; hacia la utopía de un mundo mejor, sin desplazados, un mundo de iguales donde todos tengamos derecho a un nombre, una identidad, un hogar.
Hasta la victoria siempre, compañeros!!
Me siento muy insegura cuando tengo que hablar en público. Pienso que si me pusiera en el papel de una persona segura, podría hacerlo de otro modo, hacerlo mejor. El riesgo que se me interpone es el temor al ridículo, creo que me vería tentada a sobreactuar, quizás por la bronca que me dan las personas que logran desenvolverse placenteramente frente a un auditorio. Pero si dejara la bronca a un lado - y llevando el discurso escrito, por las dudas- creo que podría, sin caer en sobreactuaciones, hacer el papel de alguien que se maneja con naturalidad frente a un grupo grande de personas.
Me imagino a Iliana sobreactuando el papel de 'oradora que se pone a la gente en el bolsillo'; podría ser muy gracioso.
Me llamó la atención que dijera que por bronca, sobreactuaría el papel. Sería una venganza completamente injusta y además la perjudicaría solo a ella, porque sería algo muy loco.
No nos damos cuenta, pero siempre que somos iguales a nosotros mismos, estamos jugando un papel. Si estamos convencidos de que somos inteligentes, actuaremos como personas inteligentes y diremos cosas que lo confirmen. Si creemos ser graciosos, estaremos siempre al alpiste de detectar las situaciones que nos permitan seguir jugando el papel; y así con todo.
Es muy interesante meterse en la cabeza de un personaje. Por qué no lo hacemos más amenudo? Me autorrespondo: supongo que es porque cuidamos nuestra identidad, porque la necesitamos para enfrentar la enorme variedad y complejidad de situaciones que a diario se nos presentan.
Hay un papel que todos jugamos, con más o menos éxito, com más o menos empeño, que es el de persona digna de amor.
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