Lo que tiene precio todos los días es nuestra resistencia. Me refiero a las pequeñas cosas que hacen a la vida cotidiana. Un poco de torta de chocolate puede ser mi precio para abandonar la dieta, haraganería y un poco de desaliento pueden alcanzar para que no salga a caminar, la inercia idiotizante puede servirme para mirar chatarra en la TV en lugar de leer un buen libro. Y puedo cambiar un tiempo para tomar mate y conversar en el trabajo, en lugar de adelantar un informe. La cantidad de ejemplos es infinita. Nuestro precio es la comodidad. Es bueno estar cómodos, pero sucede que de tantas comodidades que vamos eligiendo, nos transformamos lentamente en personas que no se desarrollan, que no crecen, no se entusiasman, no avanzan, no tienen metas ni sueños. Lo sé muy bien. A mí me pasa.
El precio para hacer algo que va en contra de nuestros valores, de lo que nos identifica como seres humanos y nos hace sentir bien con nosotros mismos, es por lo general alto, y en ocasiones altísimo, ya que llegamos a pagarlo con la vida. Pero cedemos en asuntos periféricos, esos como los que menciona Clarisa. Y no nos damos cuenta de que esos asuntos son los que con más frecuencia se nos presentan en la vida. Son al fin y al cabo, los que hacen la diferencia. Es muy difícil que nos toque ser torturados para cantar a un compañero, pero nos pasa todos los días que nos falta resistencia, energía y esfuerzo, para ser y hacer, lo que realmente desearíamos.
Bueno, tengo que admitir que mi madre no se vende fácilmente. Y pido disculpas si a alguien le molesta que hable tanto de mi madre. Supongo que se me irá pasando.
Dicen que el que nos tienta y nos busca el precio es el Diablo. Él supone que todos deseamos las mismas cosas. Por eso se enfurece mucho cuando encuentra personas con ambiciones poco corrientes.
Cuando Colón llegó a América, el precio que tenía el oro para los europeos era muy alto. Menciono esto porque a menudo se habla con indignación del trueque que hicieron españoles y portugueses con los aborígenas: oro por baratijas. Pero como muy bien planteaba Mieres en uno de sus artículos, el precio justo es relativo. En el caso que comentamos, aparentemente ambas partes salieron ganando. Cierto que los conquistadores se portaron muy mal, pero no por eso, sino simplemente por ser conquistadores.
10 comentarios:
No todos tienen su precio. A lo largo de la Historia, miles de millones han resistido sin venderse. Hasta la muerte.
Lo que tiene precio todos los días es nuestra resistencia. Me refiero a las pequeñas cosas que hacen a la vida cotidiana. Un poco de torta de chocolate puede ser mi precio para abandonar la dieta, haraganería y un poco de desaliento pueden alcanzar para que no salga a caminar, la inercia idiotizante puede servirme para mirar chatarra en la TV en lugar de leer un buen libro. Y puedo cambiar un tiempo para tomar mate y conversar en el trabajo, en lugar de adelantar un informe. La cantidad de ejemplos es infinita. Nuestro precio es la comodidad. Es bueno estar cómodos, pero sucede que de tantas comodidades que vamos eligiendo, nos transformamos lentamente en personas que no se desarrollan, que no crecen, no se entusiasman, no avanzan, no tienen metas ni sueños.
Lo sé muy bien. A mí me pasa.
El precio para hacer algo que va en contra de nuestros valores, de lo que nos identifica como seres humanos y nos hace sentir bien con nosotros mismos, es por lo general alto, y en ocasiones altísimo, ya que llegamos a pagarlo con la vida.
Pero cedemos en asuntos periféricos, esos como los que menciona Clarisa. Y no nos damos cuenta de que esos asuntos son los que con más frecuencia se nos presentan en la vida. Son al fin y al cabo, los que hacen la diferencia. Es muy difícil que nos toque ser torturados para cantar a un compañero, pero nos pasa todos los días que nos falta resistencia, energía y esfuerzo, para ser y hacer, lo que realmente desearíamos.
Tendríamos que aclarar a qué nos referimos. No sé si ud habla de dinero a cambio de inmoralidades, o si también está hablando de otras cosas.
Bueno, tengo que admitir que mi madre no se vende fácilmente.
Y pido disculpas si a alguien le molesta que hable tanto de mi madre. Supongo que se me irá pasando.
Dicen que el que nos tienta y nos busca el precio es el Diablo. Él supone que todos deseamos las mismas cosas. Por eso se enfurece mucho cuando encuentra personas con ambiciones poco corrientes.
A algunas personas el láser no les quema el código de barras. Por eso se venden y al instante están prontas para volver a venderse.
Cuando Colón llegó a América, el precio que tenía el oro para los europeos era muy alto. Menciono esto porque a menudo se habla con indignación del trueque que hicieron españoles y portugueses con los aborígenas: oro por baratijas. Pero como muy bien planteaba Mieres en uno de sus artículos, el precio justo es relativo. En el caso que comentamos, aparentemente ambas partes salieron ganando.
Cierto que los conquistadores se portaron muy mal, pero no por eso, sino simplemente por ser conquistadores.
Yo no digo cual es mi precio porque quiero que se gasten para comprarme.
El temor a quedarme corto ya lo perdí a fuerza de costumbre.
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