miércoles, 30 de enero de 2008

Imagen hecha a la medida

Se dice —y es cierto, ... cosa que no sucede con todo lo que «se dice»— que una imagen equivale a mil palabras.

Esto es una gran cosa porque a veces uno tiene que hacer grandes exposiciones verbales para lograr algo tan simple como es describir la casa en que vivimos.

Lo que nadie hasta ahora había señalado es que esa no es la ventaja más importante que tiene una imagen. Lo que realmente importa es que esas mil palabras son las que usaría el que mira el dibujo y no las que elegiría el expositor. Cualquier discurso siempre es mejor entendido por el que lo redacta que por quien lo escucha, y ante una imagen, el discurso es redactado por el que la mira.

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4 comentarios:

Anónimo dijo...

Está complicado. Tendré que leerlo más de una vez.

Anónimo dijo...

Para mi sin embargo está muy buena la sugerencia, porque a mi me parece que el idioma tiene un diccionario por persona. Cuando alguien dice por ejemplo, "es una casa grande", puede ser que la compare con su monoambiente o que se refiera a que es "una gran casa" por lo importante, suntuosa, magnífica, elegante. También puede ser que la esté comparando con una casa que él vio cuando era pequeñito (edad ésta en la que todo parece grande ... comparado con nuestra pequeñez).

Haciendo un dibujo o entregando una foto, uno le dice al otro: "Mira, es ésto. Descríbelo como te plazca".

Anónimo dijo...

Será por esto que cada vez se venden menos libros y nos adentramos en el imperio de la imágen.

A mi, x ej, me gustan mucho más los mimos que los actores comunes. Tiene que ser muy bueno este último para que logre emocionarme, sin embargo con un mimo casi siempre se me pone la piel de gallina.

Anónimo dijo...

El mejor profesor que tuve enseñaba filosofía. Un genio el viejo!

Nunca más volví a encontrar a docente tan bueno.

Lo que él hacía cuando uno levantaba la mano para decir que no había entendido era repetir el concepto con otras palabras y luego pedirnos que tratáramos de repetirlo usando a su vez otras palabras, las nuestras, sin importar cuan pobre lenguaje tuviéramos.

Al final terminé amando una disciplina sólo por la inteligencia de aquel profesor.