jueves, 30 de septiembre de 2010
miércoles, 29 de septiembre de 2010
lunes, 27 de septiembre de 2010
domingo, 26 de septiembre de 2010
Los ceros a la derecha de Lula y Giuliani
Los humanos somos una especie que, para poder sobrevivir, consume diariamente una cierta cantidad de aire, agua y nutrientes.
Aparentemente no sería tan difícil asegurarle a cada uno de los seis mil millones de humanos, una ración diaria de esos insumos, para llegar al eslogan que le dio al presidente de Brasil, uno de los índices de aprobación más grandes de América Latina.
Sólo dos palabras lo mantuvieron en el poder durante diez años: «Hambre cero».
Sin embargo —y reconociendo que Lula (izquierda) es algo más que esta mágica consigna, (es carismático y excelente negociador)—, no deberíamos olvidarnos que diez años antes que él, un violento pacificador de Nueva York —Rudy Giuliani—, había aplicado rudos procedimientos encolumnado tras su «tolerancia cero».
No creo que existan datos confiables para poder comparar, así que compartiré con usted una sensación térmica.
La delincuencia en Nueva York era tan abrumadora como el hambre en Brasil, sin embargo, en diez años de gestión, los resultados han sido más satisfactorios en la lucha contra la delincuencia que en la lucha contra el hambre.
Suponiendo que tanto Giuliani como Lula son personas igualmente capaces en sus respectivos emprendimientos, podemos aceptar la hipótesis de que el hambre es más resistente que la delincuencia.
Los trabajadores de la salud sabemos que existe algo muy extraño llamado «resistencia a la cura», caracterizada por un increíble auto-sabotaje del enfermo.
Hay consenso en que existen razones que la razón no comprende, para que esta reacción negativa esté justificada.
Con el espíritu más objetivo posible, decimos: «este paciente necesita su enfermedad y se curará cuando deje de necesitarla».
Si hacemos la comparación que usted ya imaginó, podemos decir que el hambre es más necesaria para la humanidad que la delincuencia y que irá disminuyendo a medida que nuestra especie deje de necesitarla.
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Aparentemente no sería tan difícil asegurarle a cada uno de los seis mil millones de humanos, una ración diaria de esos insumos, para llegar al eslogan que le dio al presidente de Brasil, uno de los índices de aprobación más grandes de América Latina.
Sólo dos palabras lo mantuvieron en el poder durante diez años: «Hambre cero».
Sin embargo —y reconociendo que Lula (izquierda) es algo más que esta mágica consigna, (es carismático y excelente negociador)—, no deberíamos olvidarnos que diez años antes que él, un violento pacificador de Nueva York —Rudy Giuliani—, había aplicado rudos procedimientos encolumnado tras su «tolerancia cero».
No creo que existan datos confiables para poder comparar, así que compartiré con usted una sensación térmica.
La delincuencia en Nueva York era tan abrumadora como el hambre en Brasil, sin embargo, en diez años de gestión, los resultados han sido más satisfactorios en la lucha contra la delincuencia que en la lucha contra el hambre.
Suponiendo que tanto Giuliani como Lula son personas igualmente capaces en sus respectivos emprendimientos, podemos aceptar la hipótesis de que el hambre es más resistente que la delincuencia.
Los trabajadores de la salud sabemos que existe algo muy extraño llamado «resistencia a la cura», caracterizada por un increíble auto-sabotaje del enfermo.
Hay consenso en que existen razones que la razón no comprende, para que esta reacción negativa esté justificada.
Con el espíritu más objetivo posible, decimos: «este paciente necesita su enfermedad y se curará cuando deje de necesitarla».
Si hacemos la comparación que usted ya imaginó, podemos decir que el hambre es más necesaria para la humanidad que la delincuencia y que irá disminuyendo a medida que nuestra especie deje de necesitarla.
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sábado, 25 de septiembre de 2010
viernes, 24 de septiembre de 2010
jueves, 23 de septiembre de 2010
miércoles, 22 de septiembre de 2010
martes, 21 de septiembre de 2010
lunes, 20 de septiembre de 2010
domingo, 19 de septiembre de 2010
El desparejo reparto de la libertad
Alguien puede ser felicitado porque es un buen presidiario.
Estoy seguro de que existen personas de ambos sexos que poseen esta cualidad.
Claro que, por estar castigados con privación de libertad, el mérito se torna irrelevante.
Si flexibilizamos el significado estricto de estos enunciados, podemos pensar que un buen ciudadano, es alguien que NO goza de toda la libertad que desearía.
Para ser buen ciudadano necesita incluir en su conducta la incapacidad de transgredir las normas.
Admitida esta forma de expresarme, es posible afirmar que la diferencia entre un recluso y un buen ciudadano, está en que uno está encerrado por rejas de hierro y el otro por rejas morales.
Necesitamos estar seguros de que el libre albedrío existe, para poder sentir una diferencia radical entre rejas metálicas y rejas virtuales.
Quienes no creemos en el libre albedrío, pensamos que unos y otros somos presidiarios, razón más que suficiente para que una mayoría rechace el determinismo, aunque su existencia sea más creíble.
Ahora quiero hacer un comentario referido específicamente a las presidiarias.
Ellas y ellos, coincidimos en que la conducta de las mujeres debe incluir dos características básicas:
— deben ser buenas madres;
— deben restringir sus deseos sexuales, absteniéndose de ser prostitutas y lesbianas.
Con estas dos exigencias, ellas quedan encerradas en una cárcel de alta seguridad.
Repito: estas son exigencias impuestas a las mujeres por los hombres y por las mismas mujeres.
Como el dinero es un derecho a ser libre porque permite la satisfacción de necesidades y deseos, podemos deducir que
— la riqueza es masculina; y que
— la pobreza es femenina.
Sustituyendo las palabras, ellos tienen patrimonio (libertades y derechos) y ellas tienen matrimonio (restricciones y obligaciones).
Para tranquilidad de los conservadores, millones de personas defienden este estado de cosas.
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Estoy seguro de que existen personas de ambos sexos que poseen esta cualidad.
Claro que, por estar castigados con privación de libertad, el mérito se torna irrelevante.
Si flexibilizamos el significado estricto de estos enunciados, podemos pensar que un buen ciudadano, es alguien que NO goza de toda la libertad que desearía.
Para ser buen ciudadano necesita incluir en su conducta la incapacidad de transgredir las normas.
Admitida esta forma de expresarme, es posible afirmar que la diferencia entre un recluso y un buen ciudadano, está en que uno está encerrado por rejas de hierro y el otro por rejas morales.
Necesitamos estar seguros de que el libre albedrío existe, para poder sentir una diferencia radical entre rejas metálicas y rejas virtuales.
Quienes no creemos en el libre albedrío, pensamos que unos y otros somos presidiarios, razón más que suficiente para que una mayoría rechace el determinismo, aunque su existencia sea más creíble.
Ahora quiero hacer un comentario referido específicamente a las presidiarias.
Ellas y ellos, coincidimos en que la conducta de las mujeres debe incluir dos características básicas:
— deben ser buenas madres;
— deben restringir sus deseos sexuales, absteniéndose de ser prostitutas y lesbianas.
Con estas dos exigencias, ellas quedan encerradas en una cárcel de alta seguridad.
Repito: estas son exigencias impuestas a las mujeres por los hombres y por las mismas mujeres.
Como el dinero es un derecho a ser libre porque permite la satisfacción de necesidades y deseos, podemos deducir que
— la riqueza es masculina; y que
— la pobreza es femenina.
Sustituyendo las palabras, ellos tienen patrimonio (libertades y derechos) y ellas tienen matrimonio (restricciones y obligaciones).
Para tranquilidad de los conservadores, millones de personas defienden este estado de cosas.
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sábado, 18 de septiembre de 2010
viernes, 17 de septiembre de 2010
jueves, 16 de septiembre de 2010
Significante Nº 746
Ya lo dice el refrán: «No sólo hay que ser sino que también hay que parecer, por lo menos hasta después del casamiento».
miércoles, 15 de septiembre de 2010
martes, 14 de septiembre de 2010
lunes, 13 de septiembre de 2010
domingo, 12 de septiembre de 2010
La caridad al ataque
La inseguridad, la incertidumbre y la vulnerabilidad, son características que todos poseemos, aunque no todos somos conscientes de ellas.
Algunas personas logran desentenderse de esa condición y se imaginan seguros, poseedores de algunas verdades y relativamente a salvo de las contingencias negativas (enfermedades, accidentes, infortunio).
Por lo tanto, propongo pensar que somos débiles pero que es posible imaginar que somos fuertes.
Seguramente, quienes logran imaginar (creer) que no son débiles, disfrutan de un cierto bienestar nada despreciable.
Claro que —como toda creencia—, la idea tiene un equilibrio precario. Puede caer en cualquier momento.
Para resolver este inconveniente de las creencias optimistas, es necesario rechazar todo aquello que las ponga en duda.
Por eso, las personas que alivian la angustia de saberse vulnerables, imaginando que son omnipotentes, andan a la caza de toda señal que los contradiga.
Por ejemplo, si alguien se alivia creyendo que existe Dios, puede sentirse insultado por un ateo en tanto sienta que, si esa persona hace todo lo contrario a él e igual vive bien, le está demostrando que no es imprescindible ser creyente.
Algo similar ocurre con las otras opciones.
Quien se cree haber descubierto el único estilo de vida que permite quedar por fuera de las contingencias molestas de la existencia, se siente atacado (cuestionado, contrariado, descalificado) indirectamente por quienes, haciendo lo opuesto, igual viven bien.
Esto tenemos que tenerlo en cuenta cuando nos creemos que, vivir con escasos y rudimentarios recursos materiales (vivienda precaria, sin televisión, sin computadora, desinformados, consumiendo alimentos poco industrializados, etc.), constituye un estado de pobreza que debe ser combatido hasta terminar con ella.
Efectivamente, destinamos mucho esfuerzo para evitar la molestia que algunos integrantes de las clases media y alta sienten, cuando constatan que también se puede ser feliz con menos de lo que ellos necesitan.
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Algunas personas logran desentenderse de esa condición y se imaginan seguros, poseedores de algunas verdades y relativamente a salvo de las contingencias negativas (enfermedades, accidentes, infortunio).
Por lo tanto, propongo pensar que somos débiles pero que es posible imaginar que somos fuertes.
Seguramente, quienes logran imaginar (creer) que no son débiles, disfrutan de un cierto bienestar nada despreciable.
Claro que —como toda creencia—, la idea tiene un equilibrio precario. Puede caer en cualquier momento.
Para resolver este inconveniente de las creencias optimistas, es necesario rechazar todo aquello que las ponga en duda.
Por eso, las personas que alivian la angustia de saberse vulnerables, imaginando que son omnipotentes, andan a la caza de toda señal que los contradiga.
Por ejemplo, si alguien se alivia creyendo que existe Dios, puede sentirse insultado por un ateo en tanto sienta que, si esa persona hace todo lo contrario a él e igual vive bien, le está demostrando que no es imprescindible ser creyente.
Algo similar ocurre con las otras opciones.
Quien se cree haber descubierto el único estilo de vida que permite quedar por fuera de las contingencias molestas de la existencia, se siente atacado (cuestionado, contrariado, descalificado) indirectamente por quienes, haciendo lo opuesto, igual viven bien.
Esto tenemos que tenerlo en cuenta cuando nos creemos que, vivir con escasos y rudimentarios recursos materiales (vivienda precaria, sin televisión, sin computadora, desinformados, consumiendo alimentos poco industrializados, etc.), constituye un estado de pobreza que debe ser combatido hasta terminar con ella.
Efectivamente, destinamos mucho esfuerzo para evitar la molestia que algunos integrantes de las clases media y alta sienten, cuando constatan que también se puede ser feliz con menos de lo que ellos necesitan.
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sábado, 11 de septiembre de 2010
viernes, 10 de septiembre de 2010
jueves, 9 de septiembre de 2010
miércoles, 8 de septiembre de 2010
martes, 7 de septiembre de 2010
Significante Nº 738
Ya lo dice el refrán: «Lo perfecto es enemigo de lo bueno. En general, quien se cree perfecto es enemigo de todos».
lunes, 6 de septiembre de 2010
domingo, 5 de septiembre de 2010
La esclavitud de los animales no humanos
Muchos siglos antes de nuestra era, los griegos no concebían la existencia de un estado (nación, país, colectivo), sin la colaboración de los esclavos.
El 24 de marzo de 1807, el parlamento británico abolió el comercio de esclavos, desacelerando bastante una industria que ya había traficado con más de diez millones de africanos.
Contrariamente a lo supuesto, la humanidad pudo resistir esa drástica disminución de la esclavitud.
Los animales (perros, caballos, aves de corral, etc.), son nuestros actuales esclavos.
La economía de casi todo el planeta los tiene incluidos como si fuera lo más natural, como si tuviéramos el derecho divino de hacerlo.
Es normal que alguien tenga encerrado en su casa a un perro de compañía y que suponga que eso está bien porque lo saca a orinar con un pequeño abrigo muy coqueto, que ya quisieran tenerlo muchos humanos.
Los zoológicos, se presentan como reservas en las que los magnánimos seres humanos cuidamos a los animales, para que no se extingan las especies, como si la naturaleza tuviera necesidad de que —nada menos que nosotros— la cuidemos.
En todo caso, tendríamos que intentar contrarrestar el perjuicio que le causamos.
No tengo pruebas, pero me inclino a creer que es cierto lo que dicen las sociedades protectoras de animales cuando afirman que son salvajemente utilizados para hacer experimentos.
Los caballos son (esclavos) utilizados como motores, transporte y diversión.
Claro, alguien puede pensar: «¿cómo podemos quitarle a una pobre anciana —que vive sola— su única compañía?»
Los grandes argumentos para continuar con esta explotación, es que la humanidad no podría dejar de usarlos (explotarlos, sacrificarlos, mortificarlos) como lo viene haciendo desde hace milenios.
Otro gran argumento es que (a veces) se los cuida como si fueran humanos, creyendo que es lo que ellos más anhelan.
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El 24 de marzo de 1807, el parlamento británico abolió el comercio de esclavos, desacelerando bastante una industria que ya había traficado con más de diez millones de africanos.
Contrariamente a lo supuesto, la humanidad pudo resistir esa drástica disminución de la esclavitud.
Los animales (perros, caballos, aves de corral, etc.), son nuestros actuales esclavos.
La economía de casi todo el planeta los tiene incluidos como si fuera lo más natural, como si tuviéramos el derecho divino de hacerlo.
Es normal que alguien tenga encerrado en su casa a un perro de compañía y que suponga que eso está bien porque lo saca a orinar con un pequeño abrigo muy coqueto, que ya quisieran tenerlo muchos humanos.
Los zoológicos, se presentan como reservas en las que los magnánimos seres humanos cuidamos a los animales, para que no se extingan las especies, como si la naturaleza tuviera necesidad de que —nada menos que nosotros— la cuidemos.
En todo caso, tendríamos que intentar contrarrestar el perjuicio que le causamos.
No tengo pruebas, pero me inclino a creer que es cierto lo que dicen las sociedades protectoras de animales cuando afirman que son salvajemente utilizados para hacer experimentos.
Los caballos son (esclavos) utilizados como motores, transporte y diversión.
Claro, alguien puede pensar: «¿cómo podemos quitarle a una pobre anciana —que vive sola— su única compañía?»
Los grandes argumentos para continuar con esta explotación, es que la humanidad no podría dejar de usarlos (explotarlos, sacrificarlos, mortificarlos) como lo viene haciendo desde hace milenios.
Otro gran argumento es que (a veces) se los cuida como si fueran humanos, creyendo que es lo que ellos más anhelan.
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sábado, 4 de septiembre de 2010
viernes, 3 de septiembre de 2010
jueves, 2 de septiembre de 2010
miércoles, 1 de septiembre de 2010
Significante Nº 735
Ya lo dice el refrán: «No es oro todo lo que reluce, desde que los chinos hacen imitaciones muy buenas».
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